René Descates fue un filósofo francés. Hijo de Joaquín Descartes, consejero del Parlamento de Rennes. Nació en La Haya de Turena el 31 de marzo de 1596. Su madre murió cuando tenía un año de edad y su padre volvió a casarse. Fue precisamente su padre quien le animó para que realizara una carrera jurídica, como su hermano y su hermanastro.
Se educó en La Fleche, colegio de jesuitas (centro importante en la vida francesa de la época), demostró un interés especial por las lenguas y la literatura clásicas. En el año 1614 abandonó La Fleche para trasladarse a París, donde se dedicó a una vida de placer. Tenía una inteligencia prodigiosa y un carácter amable, que le hicieron ser apreciado por todos los que le conocieron.
En 1616 obtuvo el título de bachiller y luego la licenciatura en derecho en Poitiers. Se sintió inclinado primero a la carrera de las armas y fue a la escuela militar más prestigiosa de la época, la de Breda. Su curiosidad por todo le llevó a realizar numerosos viajes. Pronto manifestó un genio especial para las matemáticas, y fue perfilando una clasificación ordenada de las curvas y de las ecuaciones. Vio a su alcance la posibilidad de unir ciencia y sabiduría, esperando vencer los secretos de la naturaleza utilizando las matemáticas. Empezó varias obras: Reglas para la dirección del espíritu o Pensamientos privados, apuntes personales escritos durante su estancia en Breda y Alemania. Vivió en Francia el invierno de 1627-1628. A finales de este año se instaló en los Países Bajos y desde 1629 se estableció en Holanda, donde amó la tranquilidad, libertad e independencia de ese país. Ésa fue su época de mayor actividad, cuando escribió sus obras más importantes y tuvo relación intensa con los hombres de ciencia y los filósofos de Europa. En 1649 se marchó a Estocolmo. Volvió a Francia en los veranos de 1644, 1647 y 1648.
Su obra ocupa indudablemente un lugar fundamental en la filosofía francesa del siglo XVIII. Fue el primero en romper con la escolástica, sustituyendo el libre examen y creando el mecanicismo científico. Su obra más importante, El discurso del método, escrita en 1637, nos presenta la metafísica cartesiana. Para él todo el pasado filosófico se contradice; los sentidos nos engañan con frecuencia y, en muchas ocasiones, caen en el error.
Descartes hizo de la duda el método mismo de su filosofía. Para él, Dios, en un acto único crea todas las cosas, las esencias y las existencias, las verdades eternas, que son las que gobiernan el universo y regulan nuestra razón. En 1641 escribió Las meditaciones, tratando de construir su metafísica de acuerdo con el método. Partió de la duda crítica y creyó que sólo había algo seguro, la certeza de la existencia por el pensamiento (cogito, ergo sum: pienso, luego existo). Soy, decía Descartes, en la medida en que pienso. Soy una realidad pensante y efectivamente sólo hay una cosa que no puede ser falsa: su existencia. En esta misma obra afirmaba que se puede dudar de todo, menos del sujeto que duda, y en ese acto se concluye que Dios existe.
Su obra Los principios, la escribió en 1644. Escribió en latín, como casi todos los pensadores de su época, pero también en francés, siendo uno de los primeros prosistas franceses y de los cultivadores de la filosofía en lengua vulgar. El mundo físico está determinado en Descartes por la extensión. Por otro lado, los animales son para Descartes puras máquinas autómatas. Máquinas desde luego perfectas como hechas por Dios, pero sin semejanza con la sustancia espiritual y pensante que es el hombre.
Descartes fundó su especulación en el criterio de evidencia, la evidencia de la razón. Su método es, por tanto, el racionalismo. El hombre es sustancia pensante. El racionalismo cartesiano influirá decisivamente en todo el siglo siguiente, culminando en la Revolución Francesa. Su amigo Chanut, embajador de Francia en Estocolmo, le puso en relación con la reina de Suecia que, deseosa de escuchar sus lecciones, le insistió para que se trasladara a Suecia. Él quiso volver a su soledad, iniciando una obra sobre La búsqueda de la verdad mediante la luz natural.
René Descartes murió en Estocolmo, en 1650, contento de la vida, según constataron sus amigos. Dejó parte de su obra inédita. Sus discípulos se encargaron de difundirla y completarla. Su trabajo y su obra tuvieron enorme repercusión en los medios intelectuales de su época.
Se educó en La Fleche, colegio de jesuitas (centro importante en la vida francesa de la época), demostró un interés especial por las lenguas y la literatura clásicas. En el año 1614 abandonó La Fleche para trasladarse a París, donde se dedicó a una vida de placer. Tenía una inteligencia prodigiosa y un carácter amable, que le hicieron ser apreciado por todos los que le conocieron.
En 1616 obtuvo el título de bachiller y luego la licenciatura en derecho en Poitiers. Se sintió inclinado primero a la carrera de las armas y fue a la escuela militar más prestigiosa de la época, la de Breda. Su curiosidad por todo le llevó a realizar numerosos viajes. Pronto manifestó un genio especial para las matemáticas, y fue perfilando una clasificación ordenada de las curvas y de las ecuaciones. Vio a su alcance la posibilidad de unir ciencia y sabiduría, esperando vencer los secretos de la naturaleza utilizando las matemáticas. Empezó varias obras: Reglas para la dirección del espíritu o Pensamientos privados, apuntes personales escritos durante su estancia en Breda y Alemania. Vivió en Francia el invierno de 1627-1628. A finales de este año se instaló en los Países Bajos y desde 1629 se estableció en Holanda, donde amó la tranquilidad, libertad e independencia de ese país. Ésa fue su época de mayor actividad, cuando escribió sus obras más importantes y tuvo relación intensa con los hombres de ciencia y los filósofos de Europa. En 1649 se marchó a Estocolmo. Volvió a Francia en los veranos de 1644, 1647 y 1648.
Su obra ocupa indudablemente un lugar fundamental en la filosofía francesa del siglo XVIII. Fue el primero en romper con la escolástica, sustituyendo el libre examen y creando el mecanicismo científico. Su obra más importante, El discurso del método, escrita en 1637, nos presenta la metafísica cartesiana. Para él todo el pasado filosófico se contradice; los sentidos nos engañan con frecuencia y, en muchas ocasiones, caen en el error.
Descartes hizo de la duda el método mismo de su filosofía. Para él, Dios, en un acto único crea todas las cosas, las esencias y las existencias, las verdades eternas, que son las que gobiernan el universo y regulan nuestra razón. En 1641 escribió Las meditaciones, tratando de construir su metafísica de acuerdo con el método. Partió de la duda crítica y creyó que sólo había algo seguro, la certeza de la existencia por el pensamiento (cogito, ergo sum: pienso, luego existo). Soy, decía Descartes, en la medida en que pienso. Soy una realidad pensante y efectivamente sólo hay una cosa que no puede ser falsa: su existencia. En esta misma obra afirmaba que se puede dudar de todo, menos del sujeto que duda, y en ese acto se concluye que Dios existe.
Su obra Los principios, la escribió en 1644. Escribió en latín, como casi todos los pensadores de su época, pero también en francés, siendo uno de los primeros prosistas franceses y de los cultivadores de la filosofía en lengua vulgar. El mundo físico está determinado en Descartes por la extensión. Por otro lado, los animales son para Descartes puras máquinas autómatas. Máquinas desde luego perfectas como hechas por Dios, pero sin semejanza con la sustancia espiritual y pensante que es el hombre.
Descartes fundó su especulación en el criterio de evidencia, la evidencia de la razón. Su método es, por tanto, el racionalismo. El hombre es sustancia pensante. El racionalismo cartesiano influirá decisivamente en todo el siglo siguiente, culminando en la Revolución Francesa. Su amigo Chanut, embajador de Francia en Estocolmo, le puso en relación con la reina de Suecia que, deseosa de escuchar sus lecciones, le insistió para que se trasladara a Suecia. Él quiso volver a su soledad, iniciando una obra sobre La búsqueda de la verdad mediante la luz natural.
René Descartes murió en Estocolmo, en 1650, contento de la vida, según constataron sus amigos. Dejó parte de su obra inédita. Sus discípulos se encargaron de difundirla y completarla. Su trabajo y su obra tuvieron enorme repercusión en los medios intelectuales de su época.
Comentarios
Publicar un comentario