Fui llevado con mi familia de Theresienstadt a un campo de concentración. Mi padre fue asesinado cuando tenía un año... Me llamaban Pepicheck y fui tatuado con el número A-2459.
Mi llegada a Auschwitz resulta algo nebulosa; era verano, pues hacía mucho calor. Veía a mi melliza a través de los alambres de púas. Recuerdo la barraca y que mi cama estaba en la parte baja. Y los laboratorios, los experimentos, los delantales blancos y el pánico que sentía cada vez que iba allí, preguntándome “¿ahora que me van a hacer?”, sin tener a mamá que me consuele... Recuerdo que toe dolía mucho la cabeza por las inyecciones, que me sacaron piel de la frente para unas pruebas y que no veía bien por las gotas que me ponían en los ojos...
Apenas llegué a Auschwitz-Birkenau, me separaron de mi madre y de mis dos hermanas. Estoy seguro de que, ya en el Theresienstadt, mi madre sabía dónde nos iban a llevar, pues, siendo ella modista, nos vistió con ropa nueva que ella misma había cosido.
Recuerdo los gritos en la rampa, que mi hermana -dos años mayor- llevaba un vestido nuevo de color blanco con flores, y que tenía el pelo largo. Cuando nos separaron, grité y pronuncié por última vez el nombre de mamá: "Mamá, ¿por qué nos abandonas, quién nos va a cuidar?". Pero mi madre no pudo escucharme, pues la gente también gritaba llamando a sus seres queridos y los alemanes -a propósito- ponían la música con alto volumen para apagar esos gritos...
Desde el primer día, siendo pequeño, tuve que aprender mi nuevo nombre: A-2459, y mi nuevo domicilio: el número de la barraca donde dormía; todo en un idioma que para mí era completamente desconocido. Recuerdo que debía cuidar el pedazo de pan del desayuno, recuerdo que a veces me castigaban y que los niños más grandes se encargaban de cuidarnos los pedazos de pan. Recuerdo que tomaba una sopa líquida de repollo, que siempre tenía hambre y que lloraba, lloraba mucho. Recuerdo la formación, no importaba si llovía o había mucho viento, y, si por algún motivo se equivocaban en el conteo, debíamos permanecer bajo el viento que nos golpeaba sin ninguna misericordia...
Nueve meses permanecí en Auschwitz, hasta que llegó el día de la liberación. La persona que me crió y me dio su nombre fue asesinado, y yo fui cuidado por su hija en Rusia.
Con los años me casé y tuve tres hermosos hijos. Vivo en Israel. Mi salud es pobre: siento un nerviosismo constante que me dificulta comer o relajarme. Tengo muchas úlceras. Y una ceguera en el ojo del lado donde me aplicaban las inyecciones. Siendo joven, perdí toda mi dentadura y vivo buscando a mi hermana melliza, recuerdo haberla visto a través del alambrado de púas antes de la liberación. Su número tatuado en el brazo es el A-4931...
Cuando me preguntan cómo puedo recordar lo que sucedió hace sesenta y cuatro años, si era un niño pequeño, yo les contesto que recuerdo y que quisiera que toda esa atrocidad pudiera olvidarla tan solo por una hora diaria, mas no puedo...
Mi llegada a Auschwitz resulta algo nebulosa; era verano, pues hacía mucho calor. Veía a mi melliza a través de los alambres de púas. Recuerdo la barraca y que mi cama estaba en la parte baja. Y los laboratorios, los experimentos, los delantales blancos y el pánico que sentía cada vez que iba allí, preguntándome “¿ahora que me van a hacer?”, sin tener a mamá que me consuele... Recuerdo que toe dolía mucho la cabeza por las inyecciones, que me sacaron piel de la frente para unas pruebas y que no veía bien por las gotas que me ponían en los ojos...
Apenas llegué a Auschwitz-Birkenau, me separaron de mi madre y de mis dos hermanas. Estoy seguro de que, ya en el Theresienstadt, mi madre sabía dónde nos iban a llevar, pues, siendo ella modista, nos vistió con ropa nueva que ella misma había cosido.
Recuerdo los gritos en la rampa, que mi hermana -dos años mayor- llevaba un vestido nuevo de color blanco con flores, y que tenía el pelo largo. Cuando nos separaron, grité y pronuncié por última vez el nombre de mamá: "Mamá, ¿por qué nos abandonas, quién nos va a cuidar?". Pero mi madre no pudo escucharme, pues la gente también gritaba llamando a sus seres queridos y los alemanes -a propósito- ponían la música con alto volumen para apagar esos gritos...
Desde el primer día, siendo pequeño, tuve que aprender mi nuevo nombre: A-2459, y mi nuevo domicilio: el número de la barraca donde dormía; todo en un idioma que para mí era completamente desconocido. Recuerdo que debía cuidar el pedazo de pan del desayuno, recuerdo que a veces me castigaban y que los niños más grandes se encargaban de cuidarnos los pedazos de pan. Recuerdo que tomaba una sopa líquida de repollo, que siempre tenía hambre y que lloraba, lloraba mucho. Recuerdo la formación, no importaba si llovía o había mucho viento, y, si por algún motivo se equivocaban en el conteo, debíamos permanecer bajo el viento que nos golpeaba sin ninguna misericordia...
Nueve meses permanecí en Auschwitz, hasta que llegó el día de la liberación. La persona que me crió y me dio su nombre fue asesinado, y yo fui cuidado por su hija en Rusia.
Con los años me casé y tuve tres hermosos hijos. Vivo en Israel. Mi salud es pobre: siento un nerviosismo constante que me dificulta comer o relajarme. Tengo muchas úlceras. Y una ceguera en el ojo del lado donde me aplicaban las inyecciones. Siendo joven, perdí toda mi dentadura y vivo buscando a mi hermana melliza, recuerdo haberla visto a través del alambrado de púas antes de la liberación. Su número tatuado en el brazo es el A-4931...
Cuando me preguntan cómo puedo recordar lo que sucedió hace sesenta y cuatro años, si era un niño pequeño, yo les contesto que recuerdo y que quisiera que toda esa atrocidad pudiera olvidarla tan solo por una hora diaria, mas no puedo...
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